CÓMO ENSEÑAR A TOMAR DECISIONES Y CÓMO DAR
(O NO) PERMISOS
Elegir con criterio es lo mejor que puede aprender un hijo. Pero los padres
dominantes o sobreprotectores le impiden hacerlo.
Desde que los hijos nacen, la vida del hogar gira en torno a ellos. Cómo
formarlos y darles herramientas para vivir mejor en el futuro son inquietudes
comunes a los padres.
Sin embargo, a menudo olvidan que también es
importante enseñarles a decidir en cada momento lo que realmente quieren hacer
y lo que es mejor para sí mismos.
Tomar decisiones es una de nuestras tareas más habituales, tanto que a
veces lo hacemos casi de forma mecánica.
Sin embargo, se trata de un proceso con una técnica propia que debemos
conocer bien. De que la dominemos o no, dependerán muchas consecuencias
importantes -y otras de poca monta- en nuestra vida, cuya responsabilidad tendremos que asumir.
Por otra parte, si compartimos la opinión de que educar es ayudar a crecer
en libertad y responsabilidad, tendremos que ayudar a nuestro hijo a aprender a
tomar decisiones.
En cambio, son los padres
sobreprotectores o dominantes quienes incapacitan a sus hijos para decidir,
ya que por miedo a que se equivoquen o sufran o por afán de manejarlos en todo,
coartan su libertad de elegir y su responsabilidad para asumir los resultados
de esas elecciones.
Decidir es un excelente ejercicio del que un hijo podrá aprender mucho. Le
valdrá para estimular algunas de sus capacidades intelectuales fundamentales,
como analizar, comparar y valorar distintas opciones.
También es oportunidad de probar en carne propia la ventaja de la prudencia.
Un hijo que toma decisiones sentirá que participa activamente, con
protagonismo, en el rumbo de su propia vida y eso - en la medida y progresión
adecuadas - será el mejor estímulo para crecer en madurez personal. Sobre todo,
porque cuando un hijo toma sus primeras decisiones, realiza a la
vez sus primeras renuncias.
Todos sabemos que muchas rabietas de los niños pequeños se deben a que lo
quieren todo: precisamente cuando eligen y asumen la pérdida para sí mismos de
lo que no eligieron, es cuando se da uno de los pasos más importantes del
crecimiento.
Y si se equivoca… también podrá aprender la inestimable lección de cómo
lamentar decisiones pasadas, analizar y buscar la falla y extraer las oportunas
conclusiones.
Aunque nuestras decisiones suelen ser a menudo mecánicas, lo cierto es que
lo que realizamos es todo un proceso de varias fases.
· 1: definir el
problema u objetivo,
· 2: recoger la
información que podamos sobre él.
· 3: tener claras las
alternativas, y lo que sigue a continuación de cada una de éstas.
· 4: llevar a la
práctica la decisión.
Por ejemplo, dos hermanos de 13 y 14 años no saben si ir a un paseo con sus
padres porque están invitados el mismo día a un cumpleaños. Con esos datos
suelen aparecer las posibles opciones -ir, no ir-, que tendrán que someter a
una valoración: ¿Qué ventajas e inconvenientes presenta cada opción?
Sopesando el resultado de cada alternativa y su valoración, deberán decidir
cuál de ella es más conveniente. Quizás opten por una que, objetivamente, no es
la que más les conviene…. pero ahí entramos en el ámbito de la libertad humana.
Y los padres deben aprender a respetar esas primeras
decisiones sin intervenir y mucho menos decir: ¡te dije!, o ¡yo sabía … !
Pero, tomada la decisión, queda un último paso, que, a menudo, es el más
costoso: hay que llevarla a cabo.Siendo consecuente con las
decisiones es como los seres humanos demostramos coherencia y responsabilidad.
¿Cómo es mi hijo?
Para orientar a nuestro hijo en la toma de decisiones, no siempre tendremos
que potenciar las mismas fases del proceso. Cada hijo es diferente, y diferente
ha de ser también la forma en que enseñemos a pensar, valorar, optar… Tendremos
que apoyarnos en sus puntos fuertes, al tiempo que fortalecemos los débiles.
De una forma general, es posible establecer cuatro estilos personales:
El impulsivo: primero actúa y luego
reflexiona… y se lleva las manos a la cabeza, porque las consecuencias son a
menudo negativas, o se contraponen unas a otras.
Tendremos que ayudarlo en varios campos de la reflexión:
invitándolo a dar razones de su elección antes de actuar, alentándolo para que
busque varias opciones entre las que decidir y explicándole cómo puede valorar
-incluso hay métodos cuantitativos para ello- sus pro y sus contras.
El indeciso: al contrario que el impulsivo,
este hijo reflexiona todo antes de decidir. Tiene tanta aversión al riesgo que
puede perder la oportunidad de tomar una decisión. Lo podremos ayudar proponiéndole un límite de tiempo en el que decidir,
dándole muchas oportunidades en las que tenga que elegir una opción para crear
el hábito, y fortaleciendo la seguridad en sí mismo con las palabras de ánimo.
El rígido: este hijo no se plantea siquiera la
necesidad de tomar decisiones, ya que hace siempre las cosas del mismo modo,
“porque siempre las he hecho así”. Necesita que le sugiramos nuevas alternativas con
mayores ventajas, tendremos que encontrar la manera de hacerle ver el valor de
la información previa antes de tomar una decisión, razonarle aquel refrán
“rectificar es de sabios”, y hacerle entender que siempre se puede mejorar y
sacar lecciones en la vida.
El prudente: probablemente es el niño mejor
preparado para tomar decisiones, ya que sabe lo que quiere y cómo lograrlo,
arriesgando únicamente lo necesario. Es lento en la reflexión y rápido en la
ejecución.
CUANDO LA DECISIÓN ES
DE LOS PADRES (PERMISOS DIFÍCILES)
· No permitir preguntas ‘urgentes’: las
decisiones apresuradas no siempre son las correctas. Hay que pedir al hijo que
dé la mayor cantidad de datos posibles: dónde, cuándo, con quiénes, traslados…
· Tampoco tramitar. El adolescente es
impaciente. Tramitarlo dará origen a más presiones y la decisión final podrá
responder no al bien del hijo sino al cansancio o, al revés, a querer devolver
con un NO la insistencia del hijo.
· No convertir la casa en un “ring”. Siempre
-¿quién no?- se ha muñequeado para lograr permisos y no se trata de que usted
venga a demostrar ahora que la autoridad paterna siempre vence y aplasta.
· Es a veces el tono y la reacción desmedida de sus
padres lo que lleva al adolescente a esconder información o, sencillamente, a
mentir. Es básico ganarse la confianza de los hijos.
· Cuando queda un sabor amargo después de una discusión habrá que volver,
no para decir “bueno ya, hazlo”, sino para mostrar
al hijo cuánto se le quiere y que por eso es que se le ha negado el permiso.
· Evite ponerse a la altura del adolescente con los “No
porque No”, portazos, gritos y comparaciones.
· Anime al hijo (a) a comprender los por qué (también
de lo que se autoriza) de modo que acepte positivamente la autoridad de sus
padres.
· Como siempre, los mejores panoramas pueden ser en la casa y por
muy poco dinero: a los jóvenes les sigue gustando conversar, jugar, picotear y
bailar. ¡Sea generoso e invítelos a su casa! Así se conoce además, a los amigos
de los hijos y su forma de divertirse.
Para ayudar:
· Eduquen a su hijo en la toma de decisiones proporcionándole
progresivamente campos en los que pueda tomar él las suyas propias. El hábito sólo será posible si le vamos dando oportunidades
para desarrollarlo.
· Tengan en cuenta que cada
vez que deciden ustedes en algo donde podía haberío hecho él sin consecuencias
negativas, están dando un paso atrás en su educación.
· Felicítenlo y dénle ánimos cuando haya ponderado bien las
decisiones que tomó, y respétenlas.
· Ayúdenle a pensar y a
plantearse preguntas: ¿Qué quieres conseguir? ¿Qué caminos tienes para llegar a
eso? ¿Qué tiene de bueno y malo cada opción?…
· Y si se equivoca… sean ustedes los primeros en animarlo y
ayudarlo a enmendar la situación, recordándole que errar es
de humanos.
· Recuerden que deben darle el ejemplo
de seguir adelante, ser consecuentes con las propias decisiones
y esforzarse en enmendar las meteduras de pata, sin agachar la cabeza ni hacer
dramas.
· Sean cautos al darle libertad -a corto, medio y
largo plazo-, ateniéndose siempre a su integridad moral y anímenlo a asumir las
consecuencias de sus actos, advirtiéndole de ellas a tiempo, pero sin
sentenciarlo.
· Exíjanle la realización de lo que haya decidido, para que
aprenda a responsabilizarse de sus propias acciones. Por
ejemplo, si van de compras y se decide por una ropa cara, tendrá que
comprometerse y cumplir su palabra de que la usará con frecuencia y la cuidará
especialmente. Pueden ver la posibilidad de que renuncie a otras prendas o
caprichos para compensar, en parte, la diferencia de precio.
¿QUIÉN DECIDE QUÉ
COSA?
I. Decisiones que deben tomar los padres:
· Formación y objetivos en la educación de los hijos
· Presupuesto familiar
· Normas de convivencia.
II. Decisiones que pueden tomar -juntos- padres e hijos:
· La elección del Instituto o Universidad
· Cambio de domicilio
· Salidas nocturnas
· Estudios complementarios o trabajos de verano.
III. Decisiones que pueden tomar los hijos tras conversar con
sus padres:
· Elegir carrera
· Fiestas extraordinarias
· Clases particulares
· Actividades con los amigos.
IV. Decisiones que pueden tomar los hijos informando luego a
sus padres:
· Horario de estudio y tiempo libre, deportes
· Salidas diurnas
· Forma de vestir, compras con su mesada o ahorros.
V. Decisiones que
pueden tomar los hijos solos:
· Utilización de su ropa y objetos personales
· Actividades cotidianas (esto es bastante amplio, pero dice relación con
la intimidad que un hijo de esta edad necesita: cómo tener ordenados sus
cajones, sus libros, su ropa; la manera con que enfrenta un malentendido con un
amigo, un horario de estudio…).